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2/2/22

Me he mirado en el ojo del cordero. En su falsa mansedumbre, que se quiebra cuando se lanza a la carrera por el prado húmedo. Deseo atrapar su salto, besar su frente blanca, hundir en el pelaje negro de su lomo esta mano que apenas reconozco. Devoraré tu ternura, le digo, y el animal cabecea despacio, muerde la hierba que abandona allí, como si el hambre se le saciara al contemplarla. Trota despreocupadamente, hunde en el pasto las pezuñas, y yo sigo su paso juguetón sin alcanzarle: su sabiduría me desborda. 

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